Hace ya varias semanas que, en nuestros paseos campestres, llevamos viendo florecida una planta pequeñita, que prospera en suelos muy pobres y que puede crecer de manera continua durante los meses más fríos del año, que nace entre las piedras de los muros, o en las orillas de los caminos, una planta con una flor minúscula, blanquecina o rosa clara, con un puntito granate en su punta, tal pareciera que se trata de un cigarro encendido.
Hay quien dice que su nombre, Fumaria, proviene de ese parecido con el cigarro encendido, aunque en cuanto al origen de su nombre hay otras propuestas, podéis elegir la que más os guste:
El término «Fumaria» deriva del latín fumus (humo) posiblemente y según afirmaba tanto Dioscórides como Plinio el Viejo, debido a que su zumo provoca un intenso lagrimeo, como si se tratara de humo, con lo que se logra eliminar la calígine que lo nubla todo, aunque parece ser que este nombre que recibe también se relaciona con su olor a humo.
Esta vinculación con el humo parece que viene de más antiguo, ya que antiguamente, se quemaba fumaria para ahuyentar los malos espíritus, y existe además la leyenda de que la planta no se origina de sus semillas, sino del humo que emana el interior de la tierra. De hecho, su nombre significa Humo de la tierra.
Su nombre botánico, Fumaria officinalis, nos indica que es una planta con propiedades medicinales, aunque también ha recibido los nombres comunes de pajarilla, zapaticos, camisitas de Jesús o sangre de Cristo, en gallego se llama matafogo o pombiña*. En Castilla se conoce como palomilla o palomina, y en las boticas parece ser que se identificaba como fumusterre, nombre que deriva de un vocablo francés.

Nuestra pequeñita planta florece en la primavera más temprana, aunque como le gusta el frío y el frescor, con esta locura de las estaciones, este año la hemos visto ya en enero florecida. Herbácea, y anual, tiene hojas pequeñitas parecidas a las de la zanahoria o el perejil (de hecho, uno de sus nombres es perejil de borrico) y sus tallos son rojizos de color vinoso inferiormente, presentando ramilletes de florecitas muy pequeñas, de menos de un centímetro. De hecho, no necesita unas flores más grandes y llamativas, porque ha desarrollado la capacidad de fecundarse a sí misma, y cuando arraiga en sitios muy sombríos, las propias flores cambian de color hasta unos tonos pálidos y blanquecinos, incluso si hay mucha sombra, esas flores no se llegarán a abrir y permanecerán cerradas, ya que ella misma se va a encargar de polinizarlas sin necesidad de que se abran.
Su enorme capacidad de adaptación la ha llevado a crecer tan alegre en lugares tan distantes como Nueva Zelanda o Finlandia, y a manipular a las hormigas para que le ayuden a dispersar sus semillas.
Esta hierba tiene un sabor sumamente amargo, pertenece a la familia de las papaveráceas, prima hermana por tanto de las amapolas, a las que físicamente no se parece, si bien, al igual que ellas, son productoras de alcaloides, y se ha llevado al plato, tanto sus flores como sus hojas jóvenes, tanto crudas como cocinadas, en lugares como Francia, Italia, Turquía y algunos países árabes.
Es esta presencia de alcaloides, en concreto, por ejemplo, la fumarina, que toma su nombre, a pesar de conferirla una importante acción antihistamínica y antiinflamatoria, la que por prudencia en la actualidad es considerada en muchos manuales como planta no comestible, sin embargo, únicamente la ingesta de grandes cantidades podría provocar diarreas y dificultades respiratorias, por lo que, tomada con prudencia y moderación, puede resultar beneficiosa.
En todo caso hoy en día, no se recomienda su uso medicinal ni culinario en grandes cantidades, sobre todo a personas medicadas del corazón, con glaucoma, epilepsia o tensión, ni a embarazadas ni en lactancia.
Esta plantita es muy feliz en lugares húmedos y sombríos, ya que, a pleno sol, o bien avanzada la primavera, ya desaparece.
Parece ser que ha acompañado a los seres humanos desde los principios de los tiempos, ya que se han descubierto sus semillas en yacimientos y excavaciones arqueológicas de poblados dotados en varios miles de años atrás.
Tradicionalmente se ha usado para teñir de amarillo tejidos como la lana.

Es una planta principalmente antihistamínica, debido sobre todo a la presencia en ella del alcaloide al que antes nos hemos referido, a la fumarina, ahora que están tan de moda las alergias, y tan de moda los medicamentos antihistamínicos, nos encontramos ante un antihistamínico natural, de acción también antiinflamatoria, que además ayuda y potencia la función hepática, porque como buen amargo, es depurativa y limpia la sangre. Se usa desde los tiempos antiguos para tratar las afecciones hepáticas, sobre todo para descongestionar y desintoxicar el hígado, quizá por ello, el propio Dioscórides decía de ella que “sobre todo, cura la melancolía”, emoción probablemente relacionada con el mal funcionamiento de este órgano tan importante.
Aquí nos encontramos de nuevo cómo la naturaleza coloca a las plantas donde y cuando se necesitan, porque, ¿Cuándo se producen más las alergias? En primavera, y ¿Cuándo es conveniente un proceso de depuración y limpieza del hígado? En primavera. Por lo tanto, es una planta que favorece la eliminación de las sustancias tóxicas del organismo, función fundamental de las plantas, ya que permiten que el organismo se limpie y pueda poner marcha sus propios mecanismos de autocuración.
Se usa por tanto en primavera, como depurativa, generalmente en mezclas con achicoria, boldo, genciana, melisa, o bien con diente de león, verbena, y cardo mariano.
Se puede usar en la hipertensión arterial, además de en las curas desintoxicantes de primavera, en los trastornos hepáticos, y siempre que se necesite fluidificar la sangre.
Pio Font Quer recoge en su manual su uso en fresco, machacada junto a otras plantas diuréticas, y mezclado con azúcar, ya que en fresco es como mejor se aprovechan las cualidades de una planta, aunque también puede prepararse en tisana, empleando 5 gramos de la hierba por cada 100 gr. de agua hirviendo, y tomando un par de tazas al día durante diez días consecutivos.
En cuanto a su zumo fresco, el propio Dioscórides afirma que “quita las manchas rojas y el encendimiento del rostro si se lava con él”.
Se aconseja el uso de esta planta en casos de gota, artritis, reumatismo, retención de líquidos, obesidad, arteriosclerosis y alergias, en inflamaciones intestinales y en intestinos irritables. Dicha infusión citada es aconsejable para personas anémicas y cansadas, ya que favorece la producción de glóbulos rojos, sin embargo, si el tratamiento se prolonga por más de esos diez días recomendados, el efecto que se produce es el contrario.
Se ha recomendado tradicionalmente también el empleo de la infusión de sus flores y hojas secas para el dolor de cabeza.
De forma externa, tanto las cataplasmas de planta fresca como las compresas bañadas en la decocción de dicha hierba, se ha utilizado en medicina natural para todo tipo de problemas cutáneos, como acné, granos, herpes, eccemas, piel seca y escamosa, caspa, o costras lácteas. El contenido en ácido fumárico se recomienda de utilidad en el tratamiento de la psoriasis, en cuyo caso se aplica una decocción concentrada en la zona afectada.
En la Provenza** se creía que la fumaria tenía el secreto para una vida larga, quizá sea posible esa relación con la presencia en ella de ácido fumárico, cuya potente acción antimicrobiana se usa para prolongar la vida, pero de los alimentos, ya que lo usamos en la actualidad como un aditivo y acidulante alimentario.

Pocas plantitas pasan tan desapercibidas como ésta por nuestros campos, sin embargo, muy pocas pueden presumir de aparecer en varias de las obras de Shakespeare, ¡ahí donde la veis¡ Sin embargo, va a necesitar de toda vuestra atención para para localizarla trepando como buena escaladora que es, entre las oquedades de muro desvencijados, en las lindes desborregadas de los prados de siega, en los huertos o en las veredas de los caminos campestres, eso sí, siempre a la sombra.
*En el libro de: Bienaventurada la «maleza» porque ella te salvará la cabeza. Usos de 113 plantas silvestres de los campos norteños, 2016, de César Lema Costas et. al.
** En el libro «Una flor en el asfalto. La vida de las hierbas urbanas contada por ellas mismas«, 2021, de Raquel Aparicio y Eduardo Barba.