Un hibakujumoku en Cantabria

Uno de los árboles monumentales más importantes de la parte antigua del Jardín Histórico de Puente San Miguel, que visitamos con un grupo de talleristas en una de nuestras excursiones mensuales, me dejó sin palabras: se trata de un ejemplar de Ginkgo Biloba.

Fue un momento de gran emoción para mí, se creó una conexión emocional con este árbol, donde se hizo el silencio y me desconecté del lugar donde estaba, del grupo con el que iba, de las conversaciones de mi entorno. Hubo un momento difícil de explicar, pero cargado de una energía poderosa que emanaba de él.

Cuando volví a entablar charla con mis talleristas acompañantes, hablamos de su gran longevidad y de su increíble poder de regeneración.

Se le llama «el fósil viviente» porque es el último representante de una familia que convivió con los dinosaurios y que pervive hasta nuestros días.

En Japón se le respeta y venera, al ser uno de los árboles que estuvieron expuestos a la bomba atómica, un «himno viviente a la fuerza de la vida«, como recoge Stefano Mancuso en su libro «El increíble viaje de las plantas«.

Directamente dañadas por la explosión nuclear murieron 166.000 personas en Hiroshima. Parecía que la letal arma era capaz de eliminar toda vida en un radio de varios kilómetros entorno al epicentro de la bomba. Sin embargo, hubo unos seres que resistieron y siguen vivos. Y que tan solo unas pocas semanas después del ataque ya estaban rebrotando. Los japoneses los adoran y les llaman hibakujumoku (literalmente, “árbol bombardeado”).

De entre la cuarentena de especies de hibakujumoku que vivieron tras la explosión de la bomba nuclear, varios de ellos son gingko biloba, una especie considerada fósil viviente, pues se tiene constancia de que ya existía hace 200 millones de años. Con hojas bellísimas en forma de abanico, son conocidos, además, por sus propiedades medicinales.

Los japoneses son extraordinariamente sensibles y respetuosos con el uso de las palabras. Y del mismo modo que a las personas que siguieron vivas tras la explosión no se atreven a llamarlas “supervivientes” –les parece peyorativo con respecto a las que murieron– sino hibakusha (expuestos a la bomba), se niegan a denominar a los árboles también así, por eso han formado esta palabra nueva.

No hay un mapa publicado del emplazamiento de los hibakujumoku. Sin embargo, los ciudadanos de Hiroshima los adoran, los respetan, los veneran. Se sitúan ante ellos como si estuvieran ante un monumento religioso, y se sientan a su lado, meditan, oran, los visitan, los honran como «himnos vivientes a la fuerza de la vida» y están dispuestos a mostrar al extranjero dónde encontrar algunos de ellos, símbolo de resiliencia, de adaptación y de que la vida triunfa sobre la muerte.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.