RELATOS GANADORES. ADULTOS. II CONCURSO DE AMORES Y PLANTAS

CATEGORÍA ADULTOS:

FINALISTAS:

  • EL LIBRO, DE LA NIETA DE ESTEBAN, María José García García, de Villanueva de Villaescusa, Cantabria.
  • AL ALBA, DE RAINBOW, Susana Revuelta Sagastizabal, de Soto de la Marina. Cantabria
  • UN JARDÍN DE EXTRARRADIO, DE COQUELICOT, Paloma Hidalgo Díez, de Alcalá de Henares, Madrid.
  • VIOLETA Y JACINTO EN EL JARDÍN PARLANTE, DE MAURO HIERRO, María José Escudero Cuevas, de Santander.

GANADOR: AL ALBA, DE RAINBOW

AUTOR: Susana Revuelta Sagastizabal, de Soto de la Marina. Cantabria

REGALOS PRIMER PREMIO CATEGORÍA JUVENIL

  • 1 libro de historia de plantas (Medioambiente Ayto. Camargo),
  • 1 libro de Relatos Cortos, 1 libro de Cueva del Pendo (Cultura Ayto. Camargo),
  • 1 paraguas, 1 póster de Aves de Cantabria, 1 bolsa de algodón (Cima Cantabria)
  • 1 ruta guiada por Cantabria (Cantabria Experiencial),
  • 1 lote de plantas aromáticas (Naturcan),
  • 1 lote de preparados artesanales (Azu Factoría Natural)
  • 1 visita guiada al Centro etnobotánico El Pendo y 1 árbol autóctono de Cantabria, (Fundación Naturaleza y Hombre)

PREMIOS PARA LOS FINALISTAS:

  • 1 libro de Cueva del Pendo (Cultura Ayto. Camargo)
  • 1 paraguas, 1 póster de Aves de Cantabria, 1 bolsa de algodón (Cima Cantabria)
  • 1 lote de plantas aromáticas (Naturcan),
  • 1 visita guiada al Centro etnobotánico El Pendo y 1 árbol autóctono de Cantabria, (Fundación Naturaleza y Hombre)

AL ALBA, Susana Revuelta Sagastizabal

Serían casi las cuatro de la madrugada cuando por fin pudo Damián capturar con el móvil el canto de dos cárabos, macho y hembra, en pleno galanteo amoroso. Era lo único que le faltaba y, cuando se hubo cerciorado de que la calidad del sonido grabado era la ideal, regresó corriendo desde el bosquecillo de detrás de la casa hasta el dormitorio donde estaba Inés acostada.

Por la tarde se había dedicado a recolectar ramilletes de lavanda que, repartidos por baldas y cajones y escondidos debajo de la almohada, aromatizaban ahora la estancia. Sobre las dos mesitas de noche y la cómoda había colocado varias jarras de cristal con florecillas silvestres ―margaritas, mimosas, amapolas― intercaladas con hojas de helechos de los que crecían a la sombra de la tapia y que a Inés tanto le gustaban.

Todo estaba perfectamente dispuesto, tal como ella le había pedido con una mueca de dolor por la mañana cuando al despertarse sintió el zarpazo de la muerte clavándosele en las entrañas: había perdido la batalla. Con las puertas del balcón abiertas y las cortinas descorridas, Damián se sentó junto a ella sobre la cama, encendió el audio del móvil y le ahuecó un cojín bajo la cabeza para que, un poco incorporada, pudiera respirar el aire límpido de la noche y contemplar, por última vez, el cielo cuajado de estrellas.

Ligeramente temblando, pese al edredón y las dos mantas, sintió Inés tal conexión con el cosmos que abarcó entera la Vía Láctea, aspiró todos los pétalos del mundo, escuchó el alboroto de miles de cortejos nocturnos ―la vida siguiendo su curso, sin ella― y supo que estaba preparada. Apretó entonces entre las suyas las manos del ser al que más había querido, relajó la comisura de los labios hasta casi, casi una sonrisa y exhaló el último aliento justo cuando el sol rayaba la línea de los prados.

Los dos cárabos, mientras tanto, continuaron con sus cantos.

EL LIBRO, María José García García

Don Esteban guardaba, entre sus más preciados tesoros, un libro que recogía las bondades de numerosas plantas. El libro gordo de papá, como lo llamaban sus hijas, no era muy consultado por el señor Esteban porque, a través de los años, él conservaba en su cabeza la utilidad de las hojas de Sen para evitar el estreñimiento, o el Boldo con el que aliviaba las dolencias estomacales. Sin embargo don Esteban, un leonés muy viajado, lo tenía en una estima desmedida. Conocedor de la gran sabiduría que contenían sus hojas, intercambiada con él sabiduría por cuidados. Lo forraba con papel de estraza, encolaba las partes que se rompían y limpiaba con un pincel el corte de las hojas, quitando el polvo que se depositaba. Sus hijas y su mujer conocían bien la anécdota de aquel pasiego al que salvó una vaca desahuciada ofreciéndole una mezcla de aquellas plantas que le parecieron adecuadas para sanar al moribundo animal y que encontró estudiando concienzudamente las páginas de su fiel compañero.

Doña Victorina colocaba el grueso libro en el suelo y posaba en él sus pies, mejorando la postura para pasar las largas tardes de invierno cosiendo en su piso de la calle La Blanca; pero, astutamente, lo volvía a colocar en el estante antes de que don Esteban llegara y lo pudiera ver. ¡No sabéis lo valioso que es ese libro y vosotras lo tratáis de cualquier manera!- decía a su familia.

La madrugada del 15 de febrero de 1941, Santander quedó devorada por las llamas y el libro de don Esteban no apareció entre las cenizas ni los escombros. Quedó allí, entre el desastre y la desolación, entre la orfandad de las víctimas de ese atroz incendio. En él se quedaron el poder antiinflamatorio de la Salvia, las propiedades astringentes de la Cola de Caballo, la utilidad para el insomnio del Hipérico, la acción antiséptica del Tomillo, la mejora para la diuresis del Diente de León y tantas y tantas otras.

Nunca supe muy bien dónde quedaba exactamente la casa de mi abuelo Esteban, ni a dónde se pudieron llevar los restos del incendio y con ellos, las cenizas del “libro gordo de las plantas” ,pero me gusta pensar que encima de él, en cualquier lugar donde se encuentre, después de tantos años, crecen esas cotidianas y casi invisibles plantitas que año tras año, y recordando a mi abuelo y a su libro, enseño a mis alumnos: ¡Mirad, éste es el geranio de San Roberto, éste el Llantén, ésta  es la Linaria,  éstas de aquí no pican, tranquilos, que no son Ortigas, se llaman Lamium Maculatum…!

Sí que era valioso el libro de don Esteban, tanto que renació en mí como lo hace el ave Fénix, convirtiendo todo el amor que mi abuelo puso en él en admiración hacia el mundo que contenía y que ahora, para continuar su legado, hago vivir cada año en las criaturas que pasan por mi aula.

UN JARDÍN DE EXTRARRADIO, Paloma Hidalgo Díez

La libertad que  cultiva la  vecina del primero izquierda entre  las macetas de petunias y hierbabuena, huele de maravilla. Muchas veces me asomo  para impregnarme de ese aroma  a tiempo libre que desprende la terraza de esa mujer, donde el orden y la limpieza reinan, y hay una tumbona para leer, tomar el sol, o escuchar música cualquier día de la semana. Las hermanas del primero derecha, las sexagenarias solteras que plantan cactus,  tienen debilidad por las macetas de la pareja de ancianos del cuarto, repletas siempre de grandes flores de colores vivos, supongo que al verlas desde abajo no perciben que son de plástico, o que  en todo caso, aprecian el tinte de alegría con que decoran  la insulsa fachada de nuestros pisos de extrarradio. Ellos, los viejos, especialmente él,  disfrutan asomándose para ver los balcones del ruso del tercero, cuajaditos de un amor de hombre no ha vuelto a florecer desde que se quedó viudo.

 En nuestro bloque todo es así, nos atrae lo que tienen los otros. La portera sueña con que agarre alguno de los no me olvides que regala al del bajo izquierda, y la mujer de este, ofrece esquejes de su collar de corazones, la suculenta colgante que se auto regaló en un mercadillo por San Valentín, al ruso, y al del ático, aunque para mí que  con ese  hombre arisco al que le duran las parejas nada y menos, que no debe saber que si se riegan demasiado, las plantas se ahogan, no tiene ningún futuro.

 Y vuelvo a la del primero izquierda, Lola, así se llama. Ella envidia mi suerte. No solo por el jardín, que yo sé que tengo el más bonito del mundo, con su Áster  y su Violeta, que se llevan dieciocho meses y no hacen más que querer sacar los pies del tiesto, su Narciso que se siente mejor si le llaman Azucena, su  Iris y su Margarita, las gemelas,  enraizando en la adolescencia, y la  pequeña Hortensia,  nuestro ángel con trisomía, también por el jardinero, que comparte conmigo el trabajo de cuidar de nuestras flores, y de haber conseguido no solo mantener vivo ese amor que nació en el campo, entre amapolas, sino hacerlo cada día más grande, más resistente, a las heladas, a veces tan imprevistas como un despido, a las  plagas –hubo una mosquita y un ácaro que nos lo pusieron difícil a los dos-, a vendavales de rutina y calima,  a inundaciones o sequías, que tanto mal hacen ambas en los brotes,  en el inhóspito asfalto de esta ciudad de extrarradio donde arraigamos.

VIOLETA Y JACINTO EN EL JARDÍN PARLANTE, María José Escudero Cuevas

Sabemos que se conocieron en este jardín que es un jardín cualquiera de una ciudad cualquiera. Bueno, tal vez, tampoco esta sea una ciudad. De modo que, para no exagerar y concretar un poco más, diremos que se trata de una villa cualquiera, porque lo que se dice un pueblo normal y corriente tampoco es. Así que vamos a concederle, por nuestra cuenta y ventura, el título de Villa. Lo cierto es que ignoramos quién o qué los trajo hasta aquí, pero a estas alturas ya no lo vamos a indagar. Al principio se habló demasiado. Como ya hemos hecho constar en la parrafada anterior, este es un lugar cualquiera y, por consiguiente, no podemos evitar que pasen las cosas que pasan en un lugar cualquiera. En resumen, hubo habladurías, murmuraciones, rumores… Se especuló mucho, esa es la verdad. Con o sin fundamento: Quizá llegaron en alas del viento, dijeron algunos. Quizá un jardinero feliz los presentó, argumentaban otros. Hubo incluso quien, aún a riesgo de parecer novelero, opinaba que era cosa del destino, que el destino estaba detrás de aquel encuentro. Pronto supimos que Ella venía del bosque y, como una mujer modesta, se conformaba con agua y sombra. De Él averiguamos que era sensible, que no soportaba los charcos y que buscaba el Sol, además, alguien dejó caer que, en otro cuento, había sido amante de Apolo. Lo cierto es que ambos desprendían un perfume tan fascinante que todos lo identificamos, sin duda alguna, con el Amor. En este punto hubo unanimidad. También observamos que se fueron ligando el uno al otro con ternura y digamos que florecieron de forma espectacular. Eso sí, el uno detrás del otro. Ella era bajita y menuda; él espigado y bulboso y, por un tiempo, contemplar su felicidad nos hizo felices. Luego, no sabemos si a causa de las nubes del tedio, Ella se estresó y adoptó un tono de luto, y Él, aquejado de una falta severa de alegría, languideció. Por suerte y para nuestra sorpresa, este año, con el latir de la primavera, Violeta ha reaparecido como nueva sobre este jardín que en su honor hemos tapizado de colores y, con el reclamo de su fragancia, Jacinto se ha desperezado. Y nuevamente juntos y dispuestos a compartir sus encantos, nos han ayudado a echar fuera los últimos vestigios del invierno. Por todo esto y por mucho más, sospechamos que este jardín y puede que también esta Villa, en cuestión de poco tiempo, se desprenderá del adjetivo indefinido. Se lo hemos escuchado exclamar a la autoridad competente: unos turistas que, según sus propias palabras, nunca antes habían visitado un jardín tan peculiar como este desde el que os hablamos.

2 comentarios en “RELATOS GANADORES. ADULTOS. II CONCURSO DE AMORES Y PLANTAS

  1. Feliz por este premio y agradecida por una jornada tan emotiva. Las cosas hechas con cariño, mimo, buen gusto y sensibilidad son las que dejan una huella imborrable. Azu, Edu, gracias de corazón.🥰

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